jueves, 19 de enero de 2012

Tal vez, no florecimos en el tiempo, pero morimos en él para nacer y amarnos en la eternidad.


Las gotas del silencio viajan sin gravedad alrededor de mi alma, la luz deja de ser escuchada por mis sentidos, y en una sensación de dulzura y soledad, me ahoga la lluvia de los sonidos eternos. 

No sé quién soy, pero observo la magia de lo que experimento, todo es como un baile de imágenes que cobran vida. Los colores se escuchan al nacer, y los sabores, son como melodías que viajan en millones de mariposas hacia mi frente. Comienzo a ver un mar lleno de soles, rompen las olas, y en un fino polvo, nace mi consciencia infinita, una espiral de átomos brillantes y viento dorado. Soy un viajero del tiempo, que ha cruzado el umbral de los segundos cíclicos y mortales para descubrir lo que yace en la eternidad.

No necesito recordar la envoltura temporal que alguna vez tuvo carne, huesos y un nombre; sé qué soy, sé que existo, y en dicha percepción, contemplo un arpa de oro que toca en los latidos de mi corazón, que vibra tan poderosa como la rotación que hace girar los planetas, y enciende tan fuerte como un cielo en donde danzan estrellas de fuego. 

Aunado a mis latidos, toca la melodía del vacío, me murmura en besos de mercurio bellos mensajes; sé que no estoy sólo, sé nunca lo estuve, pero presiento que todo aquéllo que estoy observando, alguien más lo está haciendo, es como si mi esencia al mirar todo, se reconociera a sí misma y despertara nuevamente en cánticos angelicales que la bañan de amor. 


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